Seguramente hayas escuchado hablar varias veces de la hernia de disco en humanos, pero ¿sabías que los perros también pueden padecerla? Los síntomas que produce son muy similares a los nuestros, así como el tratamiento y la intervención quirúrgica. Te lo explicamos todo sobre esta patología.
Qué es una hernia de disco
La hernia de disco o hernia discal es una patología causada por el desplazamiento de uno de los discos intervertebrales. Esta anomalía produce una compresión de la médula espinal, lo que genera dolor, rigidez y en los estados avanzados descoordinación.
Por ello, un perro que sufra este tipo de hernia apenas caminará, mantendrá la columna arqueada y la cabeza agachada. Tendrá una gran dificultad para mover las patas traseras e incluso puede que se arrastre o que deje de hacer sus necesidades.
Las causas pueden ser varias. A veces esta desviación se da a consecuencia de un golpe o traumatismo fuerte (un accidente, una caída, etc.). Pero también aparece como resultado de una degeneración cartilaginosa, propia de perros pequeños con la columna alargada, o por una degeneración fibrosa, común en la edad adulta.
Grados de deterioro
Dependiendo del estado de la hernia encontramos distintos grados de deterioro:
Grado I. El perro sufre dolor en las patas traseras y le cuesta caminar, pero no pierde la movilidad. Todavía no se han producido daños neurológicos.
Grado II. La hernia comienza a comprimir la médula, por lo que aparecen los primeros daños neurológicos. El perro puede seguir caminando pero empieza a dar señales de desequilibrio y descoordinación.
Grado III. La compresión de la médula es más intensa, dando lugar a lesiones neuronales más severas. Aquí el perro sufre una parálisis leve (paresia) en una de sus patas traseras o en ambas. Puede que comience a arrastrarlas.
Grado IV. La parálisis se intensifica y aparecen los primeros indicios de retención urinaria.
Grado V. Además de todo lo anterior, el animal experimenta una pérdida casi total de la sensibilidad de las extremidades traseras.
Diagnóstico, pruebas y tratamiento
El primer paso para diagnosticar la hernia discal es una exploración física. Frente a cualquier pequeña sospecha, el veterinario realizará un TAC, una resonancia magnética o una mielografía, que permite comprobar el estado de la médula mediante el uso de un contraste.
Una vez haya determinado el estado de la hernia y su grado de deterioro, el especialista debe decidir cuál es el tratamiento a seguir. Este dependerá del grado de deterioro, aunque has de saber que la única manera de eliminar la hernia definitivamente es extirparla mediante cirugía.
Para los grados I y II puede valorarse el tratamiento conservador. Es decir, reposo, administración de analgésicos y antiinflamatorios y, si así lo aconseja el veterinario, fisioterapia.
Los grados III, IV y V requieren la operación. El objetivo es eliminar el material discal herniado para descomprimir la médula espinal. Se trata de una intervención con un alto índice de éxito y recuperación, aunque no descarta la posibilidad de una aparición en otra hernia en el futuro. En cualquier caso, cuanto antes acudamos al veterinario, mayores serán las probabilidades de éxito.